sábado, 21 de enero de 2012

Flor amarilla o ramo de celindas, de Marta Antonia Sampedro

 

Esta noche vino en sueños mi hermano José Joaquín,
-me había dormido una noche más leyendo versos
huyendo del frío de enero-.

Lo vi llegar sonriente,
su figura alta sus pocos años jóvenes,
ese cabello ligero claro y fino
y sus ojos alegres como de niño.

Estaba yo sentada sobre la arena
de un lugar solo y desconocido,
y en vez de alegrarme de verlo,
lloré, en esos silencios extraños,
porque sabía que estaba muerto.

Traía en sus manos una flor amarilla
parecida su forma a un ramo de celindas.

La ha dejado sobre la arena,
callado me ha mirado
yo lo he mirado callada,
y sin hablarnos he sabido
a qué ha venido a verme,
-en sus ojos he visto sus palabras
en mis ojos ha sabido que lo escuchaba-,

sé feliz sonríe siempre alegre
pues vendrá alguien a verte,
alguien que amas y no te niegues.

Con la flor amarilla
parecida su forma a un ramo de celindas
me ha dejado sola en la arena
la arena de la noche negra.

Luego al despertarme he pensado
que hay veces, tantas veces,
que creyendo estar solos
alguien que amamos aparece
sin buscarlo sea enero o septiembre
y nos trae noticias de sí mismo.

Estemos en la arena o en el pasado
que dejamos dormido,
ellos vienen a por nosotros
con las ilusiones que nos protegen
de las playas solas, de las noches frías
de los silencios profundos.

Y el amor colma el corazón
y ya nada nos asusta como antes.

(Enero de 2009)

domingo, 8 de enero de 2012

En la laguna, de Marta Antonia Sampedro



Mírame.
Hoy tenemos doble luna.

Una está en el cielo,
al acecho de atrapar nubes,
visillos blancos
de los azules.

La otra en el agua,
persiguiendo aros de plata
que desprendieran un día
tus sentidos y los míos
en bailes de eucaliptos.

Mírame.
Con la mirada
sincera de quien desconociera
el  paisaje de las mentiras.

Dos sombras vuelan,
una dice que me acerque,
prendida a mis brazos duerme;
la otra huye
sobre hojas de olivo,
a  refugiarse en su miedo
que cree valiente.

Mírame
al capricho del viento.

Soy dos sirenas.

Una esparce por la laguna
las gotas de sudor
del hombre
que entre ella duerme.

La otra llora al que huye
mientras las aceitunas crecen,
alejándose del amor
que la fulmine
un segundo malo,
cualquiera.

Y en tu sola orilla
una luna grita
¡quitad la noche,
abrid paso
a las urgencias!

Otra luna
recoge penumbras
de un laberinto
sobre mareas
que me dirige
al lugar de Singapur,
donde nadie que haya sido
reconocido vuelve.

Mírame.
Sinceramente un segundo
antes de partir.

Con cualquiera
de tus dos hombres.