viernes, 30 de octubre de 2009

En las calles negras del ciprés, de Marta Antonia Sampedro


La noche era de agua y sombras,
posando el aire en mis labios
la tibieza de querer vivir
y los nombres perdidos.

Desarmados como puzzles carcomidos
y sin más timbrada voz
que un cierre de candados,
la mirada de todos los pasados
era su compañía de exilios,
para renacer tan sólo ojos
donde vivir nada vivía.

Me acunaba una anciana
perdida en las calles negras,

abrazaba yo a un hombre
perdido en las calles negras,

tomaba mi mano un joven
también perdido en las calles negras.

¿Y dónde queda la sombra
del que muere a ciegas sin amor
y sin camino?,
preguntaba en sus calabozos la noche
en las ramas de los cipreses
y el sueño de las piedras frescas.

Pero ninguna mano sujetó la razón
del suspiro ínfimo.
Toda idea o palabra se dispersaba
como las bandadas de aves blancas
de todas las calles negras.

Como el agua entre los dedos
se escurría un súbito eco
de los ahogados desnudos
y su dañada belleza.

La luna removía las aguas turbias.

Sálvame del olvido.
Acógeme en tu recuerdo.
Di mi nombre de nuevo.
Abrázame soy un niño.

Y en ese instante me alejé
de la noche de agua y sombras,
dejando tras de mí las voces
de los silencios más antiguos
y la piedad de las ausencias,
con sus alas de ciprés
y sus calles negras.

jueves, 22 de octubre de 2009

Los dioses entretienen mucho, de Marta Antonia Sampedro

Mi dios es mejor,
anda ya que el mío,

que no, que mi dios dice
yo soy el único y verdadero
el mío también lo dice,

pero el tuyo lo dijo
después que el mío,
no es cierto
el mío era antes que el tuyo,

mi dios creó la tierra
el mío también
y además ideó el universo
no el cosmos es del mío,
que no que fue el mío,
y también formó al ser humano,
mi dios creó al hombre y hembra
y el mío también al animal,
pues el mío lo mismo
e inventó la hierba,

además el mío me da
la vida eterna cuando muera,
el mío también y además riqueza,
no puede ser el mío la da,
que no, que es el mío,

entonces hay un error o qué,
tú sabrás si lo hay en tu creencia,
el mío dice yo soy tu dios único,
mi dios es mío y a todos gobierna,

pregúntale a tu corazón
me darás la razón,
lo mismo te digo,
mi dios ilumina el mundo
el mío igual el mundo,

y adónde vas tan temprano,
al templo a rezar,
yo también pero al mío,

vamos a pedir al único dios
que guíe al mundo a su camino,

yo le pediré al mío lo mismo
que os saque de este lío del mundo,

mejor le pides que te sane,
mira qué ciego estás
que no crees en mi dios
sino en el tuyo,
la ceguera es la vuestra
es que mi dios es el único
lo que le pida al tuyo ni fu ni fa,
que no, que es el mío...

De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos".

lunes, 5 de octubre de 2009

Las luces de la estación, de Marta Antonia Sampedro


Las luces de la estación
descubrían los carcomidos bancos,
los fumadores de secado viento,
resumen de tesoros pobres
amarrados por claveles y espanto.

Todas la madrugada exploraban
señalando ojos tristes de jornaleros
lanzados a la ciénaga de gentes y ruido,
arrollados silenciosamente.

Yo rebuscaba signos entre sus dientes,
y al mascullar en adioses lentos
aparecían entre huecos llenos,
esparcidos y cortos en noche.

Las luces de la estación
rompían abruptamente las miradas
con gestos maduros curtidamente,
no llorar bastaba para hombre,
enfrentarse al alba suficiente.

Había niños chicos,
los ojos engalanados de lunares centésimos.

No partían quienes callaban lo sentido,
tardaba el tren,
los dedos de tierra árida asomaban
por las espinosas sandalias.

Qué áspera luna entera es testigo,
viene de frente.
Sobre la vía su estampa inocente
y el murmullo se acentúa,
agarran en sacudidas
sus hombros y espaldas endebles
del amarse desde un siempre.

Las luces de la estación
se apagan cruelmente,
derrama niños segados hacia sus casas,
jóvenes sin nada.

Yo miro tras la ventana
los adioses perdidos,
el suspirar marchito y vivo
que silencian los vencidos.

Desvanecida la estación
ya sólo hay noche,
noche,
cada rincón es sola noche,
y alguna estrella fugaz...,
atada al aciago horizonte.

De la obra de la autora, “Los adioses perdidos”. 1.996.